martes, 22 de septiembre de 2009

La esquiva madurez de los años

Superando, al fin, la típica depresión postparto editorial volvemos al ruedo. En este texto, publicado el domingo en La Ramona, Christian J. Kanahuaty se aproxima los efectos de lectura de Diario, de Maximiliano Barrientos, y también intenta acomodar esta lectura en un contexto.

por Christian J. Kanahuaty

El nuevo libro de cuentos Diario, de Maximiliano Barrientos, publicado por la Editorial El Cuervo, es una experiencia sobrecogedora. Nos encontramos con personajes que trascienden las páginas donde aparentemente tienen vida, pensamos que esos personajes son personas de carne y hueso que deambulan entre nosotros.

Los cuentos nos ponen en el lugar de personas que a pesar de su edad están aún en una encrucijada, al parecer lo que indican en sus dudas es que no desean saber a dónde van y no intentan apresurar el momento de resolver su ruta. Son personas que suman años y restas decisiones a su vida. El mundo interno es más fuerte que el mundo externo, y sin embargo, lo social o lo político no son temas que quedan excluidos de la narrativa de Barrientos, sino que gracias a no nombrarlo su fuerza adquiere mayor trascendencia, es decir, que los personas al parecer están como están debido a aquellas condiciones sociales, culturales y políticas que borden su realidad. Nombramos esto porque últimamente se vienen haciendo reclamos sobre la literatura intimista de la cual Barrientos podría ser parte. Como si “literatura intimista” fuera una nueva categoría o más aún, un nuevo criterio de clasificación de lo que se produce en Bolivia en el ambiente literario, y claro se dice “literatura intimista” con cierta carga negativa como si lo interior fuera desprecio por lo exterior y lo exterior fuera sinónimo de lo político.

Ciertamente no son cuentos que tratan del mundo de la mina, o de los campesinos, ni de las ideologías. Cuentas historias de músicos frustrados, de personas silenciosas y prejuiciosas, de personas que aman y odian al mismo tiempo o que confunden amor con sexo y sexo con amor. Pero como dije anteriormente, todo ese mundo de sensaciones se desarrollo en un contexto y ese contexto, que no es nombrado, delimita todo lo que harán sus personajes. Y lo interesante del caso es que los personajes de Barrientos saben esto. Y no necesitan repetírselo.

Ahora que hay que tener cuidado con creer que es un libro de cuentos en que se hacen reclamos. No es el tipo de literatura que se encarga de polarizar las acciones ni las actitudes, sobre todo, no trabaja con la idea de estereotipos, sino con la idea más fecunda de la ambigüedad. Los personajes creados por Barrientos no son ni buenos ni malos, ni desilusionados ni idealistas; implemente son contradictorios y se aferran incluso a lo que ya no tienen.

Un eje que une todas las historias es esa sensación casi fotográfica, de que los cuentos sí son instantes, pero no en colores, sino en claroscuros. Hay cierta porosidad en esa foto. Hay también algo de vulnerabilidad en todas ellas. Me parece que ese giro es importante, porque el lector no está en un afuera. Sí, son fotos que uno mueve al verlas por primera vez y las guarda de tanto en tanto y al verlas de nuevo, recuerda que uno fue aquel que sacó la foto. O que en otros momentos fue aquel que decidió no salir en la foto sólo por pereza.

Como lector uno no queda al margen de las historias que nos cuenta. Es un libro que propone muchas miradas sobre situaciones mínimas que aparentemente son agotadas en las reuniones de amigos, pero Barrientos conoce la forma de hacer que esas anécdotas se conviertan en dramáticas búsquedas de identidad.

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