miércoles, 8 de abril de 2009

VIAJE DE INVIERNO

Joao Gilberto Noll es uno de los escritores brasileños más prestigiosos de la actualidad, pero era prácticamente desconocido en lengua española hasta la aparición de Lord. A continuación, una conferencia sobre Bandoleros, novela donde se sintetizan dos constantes en su obra: el viaje y la desintegración de la identidad. Este texto fue leído en la semana que el Centro Simón I. Patiño le dedicó a Brasil

Por Maximiliano Barrientos

Después de padecer una larga enfermedad degenerativa, Joao, amigo del narrador de Bandoleros (Adriana Hidalgo: 2008), muere en el auto en medio de un embotellamiento. Ésa es la primera escena de esta novela que mantendrá más o menos el mismo tono en 183 páginas escritas con una prosa seca, rápida y despojada.

Un policía se acerca y pregunta si puede hacer algo, y el narrador —del que nunca sabremos su nombre— dice que no puede hacerse nada y comienza a llorar. Y ahí estamos nosotros, los lectores, imaginando los carros detenidos y la calurosa tarde en Porto Alegre, y las bocinas y los rayos solares filtrándose por los parabrisas, dando de lleno en los cuerpos.

Bandoleros es la segunda novela publicada en español de Joao Gilberto Noll, un prestigioso y prolífico escritor brasileño que en Latinoamérica era prácticamente desconocido. Lord cambió las cosas, fue recibida con entusiastas reseñas, lo que motivó la publicación de este segundo libro que apareció originalmente en 1987 y cuya temática, como señala el crítico chileno Álvaro Matus, sintetiza dos constantes en su obra: el viaje y la desintegración de la identidad.

Como en las primeras películas de Wim Wenders y Jim Jarmusch, como en todas las de Carlos Sorín, las novelas de Noll narran un viaje, un desplazamiento físico que implica y encubre otro tipo de movimientos.

Sus personajes —que siempre son más o menos el mismo personaje: el escritor frustrado, iracundo, lúcido y desilusionado—se van de Brasil a Londres (Lord) o de Brasil a Boston (Bandoleros). Detrás está la guerra y la conciencia asediada, los cuestionamientos, el desencanto y las cosas no resueltas. El viaje como la imposibilidad de ser otro. La imposibilidad total de reinvención: un gesto absurdo, poético, gratuito.

Noll desciende directamente de Céline. Su literatura, igual que la del novelista francés, es solipsista, monotemática y sucede completamente en la cabeza del personaje central, eso que sabiamente Beckett llamó ‘la última persona’ refiriéndose a un tipo de escritura que se trama desde una intimidad hermética, conflictiva, sofocante, sin salvoconducto al exterior.

El narrador de Bandoleros está desilusionado porque su novela Sol macabro fue un fracaso. Viaja a Boston buscando a Ada, fanática de un movimiento de corte sectario denominado Sociedad Minimal. Viaja para comprobar algo que ya intuye: las ruinas del matrimonio, el final de los afectos, el derrumbe. No hay luto en Bandoleros, no hay lamento por la pérdida porque la escritura de Noll está revestida por una gruesa capa de cinismo que se vuelve impermeable a la tristeza.

“Los últimos tiempos con Ada me habían dejado una especie de absceso en el pensamiento que me ocupaba todo el tiempo. No podía imaginarme teniendo a una mujer en los brazos si el absceso estaba ahí y me exigía tiempo completo. ¿Cómo mantener así, no digo una mujer, sino una simple erección? El malestar en el pensamiento latía con exclusividad”, escribe Noll denotando la lejanía de los buenos momentos: islas deterioradas por el ejercicio cotidiano de la convivencia. Hay rabia. Hay una mirada corrosiva y sin concesiones. Hay desencanto y tozudez.

En un sentido genérico, Bandoleros trata sobre el fracaso de hombres duros. Sobre cómo se mantiene la mesura una vez que ha desaparecido la esperanza.

La desintegración como tema tiene su correlato en la estructura formal. Bandoleros está escrita sin respetar ningún orden lineal, en una vertiginosa simultaneidad de acontecimientos. Los saltos en el tiempo no son advertidos, el lector se encuentra con situaciones que suceden meses o años antes de lo contado unas páginas atrás. Un caos perfecto, autista, filtrado por una memoria con fiebre que se deshilacha de a poco.

Es también una historia sobre el doble. Los personajes son caricaturas que muestran rasgos muy similares a las del personaje central. El poeta suicida que se mete con Ada antes de que se vaya a Boston. El saxofonista ciego, una especie de John Coltrane marginal y anónimo. El mismo Joao, que muere al comienzo pero que cincuenta o setenta páginas más adelante lo encontramos como un novelista que se resiste a perder la esperanza. Steve, el más logrado de todos, es un norteamericano hijo del cónsul. Alcohólico perdido, bien podría ser un guiño que Noll le hace a ese otro cónsul legendario que Malcolm Lowry, décadas atrás, retrató en Bajo el volcán. Steve es un bipolar que tiene el tatuaje de un ojo en el pecho y que vive en una casa abandonada acosado por los recuerdos de Jill, una pelirroja que se marchó hace tiempo.

Todos son variaciones del fracaso, de una vocación derrotada. “El hecho es que las personas se buscan llenas de heridas y se eluden con una conversación. Piensan que de conversación en conversación se van aguantando hasta morir”, se lee casi al comienzo de la novela. Los amigos, como el turismo, son una forma de dopaje.

En la obra de Noll el viaje aparece como fuga. El acto de desaparición dura muy poco porque siempre se regresa, porque los abscesos no se esfuman aun cuando se dejan atrás los lugares. Tarde o temprano se vuelve a la escena del crimen.

Canciones de Willie Nelson y Bob Dylan y Caetano Veloso acompañan los áridos paisajes de esta novela corta. Son la música de fondo en todas las mudanzas, funcionan como pequeñas ventanas, como ductos de ventilación.

A pesar de las imperfecciones —excesos y situaciones que bordean la parodia involuntaria—, el gran mérito de Bandoleros está en la voz que late detrás de cada uno de los párrafos. Todo un ecosistema con climas lluviosos y temperaturas bajo cero a pesar de que fuera de la conciencia del personaje, en Porto Alegre, en las calles de Boston, en los aeropuertos, en carreteras atestadas, en bares donde hombres solitarios se emborrachan en plácidas mañanas de domingo, hay sol. Un sol fatal.

2 comentarios:

JG dijo...

Cómo me gustan las pelis de Carlos Sorin!
Sin estridencias, sin golpes bajos.
Peliculones (The Straight Story de David Lynch parece una de Sorin, ¿no?).

La Pelicula del Rey es una de mis favoritas de siempre.
La veo unas dos o tres veces por año.

¿Viste la del perrito Bon Bon, MB?

PD. No conozco a Noll. ¿Me recomiendan algo?

maximiliano barrientos dijo...

Y viste que la última peli la escribió con Pedro Mairal??
según Sorín, esa peli le debe mucho a Carver.
es la única en la que no narra un viaje físico.